Cultura Mexicana
La cortesía es la principal muestra de cultura. GRACIÁN, Baltasar

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 Los Aztecas

DESCRIPCIÓN DEL PUEBLO, GRUPO ÉTNICO O DE LA CULTURA

Familia lingüística: Los mexicas fueron hablantes de la lengua nahua pertenecientes al tronco lingüístico yuto-azteca.

Nombre propio:  Mexicas, popularmente conocidos como aztecas

Área cultural:Área núcleo Cuenca de México, pero su influencia abarcó del Altiplano Central hasta Nicaragua.

Etnohistoria: En cuanto a las crónicas o mitos de cómo iniciaron su éxodo y de las vicisitudes que  las poblaciones nahuas  -válido para otras etnias y regiones mesoamericanas– sufrieron al colonizar las tierras y aguas del Altiplano Central de México, se repite un patrón de migración. Al respecto, anota Gibson:

“Cada tribu tenía su punto de partida tradicional, cada uno había tropezado con dificultades en la migración, y cada una se había establecido en el valle después de un esfuerzo y dificultades”.

De hecho, cuando un pueblo lograba establecerse como grupo dominante y al poder pintar -escribir con imágenes- o plasmar su historia, ocurría (en lo que parece ser una norma de los Tlahtocayo  o Señoríos prehispánicos y en el que se constata la función ideológica de la religión y de la memoria histórica) que el pasado se amoldaba de acuerdo con los mitos,  creencias, valores e ideales que mejor concordarán con su imagen de una comunidad etnocéntrica, que por principio de cuenta, se consideraba elegida y guiada por los dioses. En cierto modo toda tribu era el centro del mundo. En el caso de los grupos nahuas de filiación yuto-azteca, que ingresaron durante el posclásico al Valle de Anáhuac y cuencas circunvecinas, pese a las variantes de interpretación de los sitios y de los sucesos en que se desenvuelve la migración o peregrinaje, más de una fuente, coincide en establecer que estos grupos emigraron del noroeste de la actual república mexicana. Algunos investigadores sitúan  su lugar de origen dentro de una franja comprendida entre California y Nayarit.

La tira de la Pergrinación

En el Códice Boturini, también conocido como “La Tira de la Peregrinación”, los tlacuilos, memoriosos pintores-cronistas, plasmaron el momento de la partida de 8 tribus representadas por sus  jefes, que son guiados a su vez, por cuatro notables sacerdotes que cargan los “bultos” de sus dioses, los llamados Teomamaque o cargadores de las deidades.

Si bien los nombres de estos personajes han sido interpretados por los especialistas, la denominación  original de las tribus que comandaban se desconoce. Aunque de manera aposteriori, se les identifica con los gentilicios que al final de su larga y penosa marcha, adquirieron cuando lograron fijar su residencia en el centro de México. Independientemente de las razones reales, en el relato mítico, un suceso sobrenatural desencadena el éxodo de estas tribus: un dios se manifiesta desde el interior de una cueva de un gran cerro encorvado, el cual les habla de la necesidad de ponerse en marcha a la búsqueda de una nueva tierra.

Desde  una óptica simbólica, las cuevas han sido interpretadas como el vientre de donde se originan los pueblos, como vínculo fructífero con el inframundo. En esa tesitura, sea un sitio real o mítico, las tribus nahuas que emigraron al Altiplano Central, es común  en sus relatos y crónicas, situar su punto de partida en una cueva o algún cerro con esas formaciones. Como las semillas, los pueblos brotan del fondo de la tierra.Las cuevas se vuelven metafóricamente en el útero de las tribus. Pero además, es un conducto de comunicación entre los hombres y los dioses.

En la lectura que hace Joaquín Galarza y Krystina M. Libura del primer episodio pintado en el Códice Boturini y con el cual comienza la crónica de la migración de los nahuas, se constata esta función:

“Aquí comienza el relato. En una isla del gran lago estaban asentados los señores nobles: un hombre y una señora gobernante, Pet|1chimaltzin. Estaban asentados allí donde se yerguen seis casas. Estaban asentados allí donde hay un templo principal dedicado a Uno Carrizo Agua Brotante. De allí partió un gran sacerdote. Partió en una canoa, remó hacia la orilla y se dirigió rumbo a una cueva del Gran cerro que se Tuerce. Allá en la cueva estaba nuestro señor Huitzilopochitli. Allá tenía su altar entre las ramas. Allá habló, habló abundantemente, habló sobre la necesidad de ponerse en camino, sobre la necesidad de marcharse, sobre la necesidad de buscar otro lugar para la morada”.

Es este mismo sacerdote, quien, después  que Huitzilopochtli le comunica su mandato, sale de las entrañas de una cueva-santuario, la cual forma parte de un gran cerro y les informa la orden divina de buscar una nueva morada:

“y así partieron matlatzincas, partieron tecpanecas, chichimecas y malinalcas; partieron cuitlahuacas, xochimilcas y chalcas y partieron también los huexotzincas”.

En la relación de Chimalpain Cuauhtlehuanitzin, se sitúa la fecha de partida en el Año 1 Técpatl, equivalente a la fecha 1064 d.C., señalándose ahí, al igual que las otras fuentes citadas, que es de un lugar llamado Chicomóztoc, -gruta que consta de siete cuevas según se deduce de su toponimia- el punto de partida de la migración de las tribus nahuas. Respecto al mismo evento suscrito en el Códice Boturini, que recientemente comenté, se dice en el relato de Chimalpain, que  por primera vez se les revela el Tetzáhuitl, es decir el asombroso o extraordinario Huitzilopochtli, de quien se menciona que solamente pudieron oírlo pero no verlo. Los aztecas traían consigo una representación de Huitzilopochtli y, que en cierto momento esta deidad se introduce en esta figura, receptora de lo divino –suponemos hecha probablemente de piedra, madera o copal- y es cuando esta divinidad llama al supremo sacerdote de los aztecas, Iztac Mixcohuatzin y escucha una voz que le ordena:

“!Ven Iztac Mixcohuatzin¡ Ahora es ciertamente necesario, mucho muy necesario que te ordene que vayas luego a poner orden  a las cosas, tal como vayan a estar, como vayan a ocurrir; y asimismo, que te encargues de conducir a los muchos azteca que partirán contigo, y que son todos aquellos de los siete calpolli, las más robustas, esforzadas y grandes personas, como son la mayor parte de los muchos macehuales. Y la razón de esto es partiremos ahora, que nos iremos extendiendo, que nos iremos asentando y conquistando a otros; iremos conquistando por todas partes del mundo a los macehuales que ya están asentados”.

Chimalpain, considera a estos grupos como chichimecas teocolhuaque. Más adelante en el relato, se menciona que en un lugar llamado  Teocolhuacan, “Donde Radican Nuestros Ancestros”, no lejos de la mítica ciudad lacustre de Aztlán, la tierra de las garzas o de la blancura (¿acaso, una retroproyección de Tenochtitlan como motivo de refundación del pasado?) llevan  a cabo un cónclave varios tribus nahuas, es ahí en este lugar, que deciden separarse.

Esta ruptura es señalada por un hecho inusitado. La tribu de los aztecas arriban a un paraje en el que se encuentran con otros grupos, colocan en un altar o momoztli a su dios Huitzilopochtli y, en el instante que se disponen a tomar sus bastimentos, un robusto y majestuoso ahuehuete,  cruje sus maderas y se parte en dos, estremeciendo y quedándose atónitos los macehuales  al quebrase tan corpulento árbol:

“Aquí en éste fue cuando arribaron los azteca al pie del gran árbol. Y cuando aquellos teomamaque, el de nombre Cuahcóhuatl y el de nombre Apanécatl y el nombre Tezcacohuácatl y la de nombre Chimalma, llegaron al pie del árbol, enseguida tomaron asiento donde esta el corpulento árbol; luego, enseguida tomaron asiento en donde está el corpulento árbol; luego allí en su base, colocaron su momoztli de tierra en el que asentaron al diablo Huitzilopochtli. Cuando lo asentaron, enseguida tomaron sus bastimentos; y estaban a punto de comer los aztecas cuando de pronto se quebró sobre ellos el gran árbol. Y al punto abandonaron lo que iban a comer; durante muchísimo tiempo permanecieron cabizbajos los azteca, pero enseguida los llamó el diablo, (sic.) les dijo Huizilopochtli: <Despidan a las ocho poblaciones que los acompañan, a los colhuaque. Díganles que no iremos a donde habríamos de ir, de aquí nos volveremos>."

No es fortuito que sea un ahuehete el centro de la historia, estos árboles duran miles de años y para su sostenimiento requieren de grandes consumos de agua,  el que de un momento a otro se quiebre, adquiere de inmediato el carácter de una manifestación de lo divino que requiere ser leído con atención. El ahuehuete (según Francisco J. Santamaría: palabra compuesta de Atl,  agua y huehue viejo) por su poderoso y majestuoso tronco, su longevidad y crecimiento, es señal de la existencia de cuantiosos manantiales, y siendo el agua un elemento de culto y al considerar este árbol como instrumento de Huitzilopochtli, lo hacen, por estas razones, un árbol sagrado, capaz de convertirse en  mensajero de lo divino. Hasta la fecha en Xochimilco, cuando uno de estos gigantescos árboles, se ha conservado, es motivo de una gran veneración y es tan importante como un templo religioso, tal y cómo sucede con el legendario ahuehuete, situado enfrente de  la capilla dedicada al Santo Patrono San Juan, en la  plaza y barrio del mismo nombre.

Entonces, si en el relato mítico, se da el testimonio de que este portentoso sabino se quiebra, los aztecas comprendieron que algo grave y trascendente iba a suceder con su destino como grupo. El árbol roto marca la división de una alianza tribal y el principio de un largo y penoso éxodo. Este ahuehuete, es decir el Viejo Árbol de Agua, se convierte en un testigo vegetal de la crónica indiana.

Este acontecimiento extraordinario, acontece en el año 5 técpatl (1068 d.C.), a partir de este quiebre, cada una de las poblaciones ahí reunidas, tomará su propia ruta. En el lapso que tomará varios cientos de años, sucesivos pueblos de origen nahua arribarán a las cuencas y valles del centro de la actual República Mexicana. Se menciona en las diversas fuentes de la historia prehispánica, que después de  batallar contra los grupos ya establecidos con anterioridad en el Altiplano, en el Año 2 Calli (1325 d.C.), los mexicas por fin merecen tener su propia tierra.

Si los mexicas son el último de los grupos colhuas-chichimecas en conquistar su residencia en el Valle de Anáhuac, es decir la “tierra alrededor del agua”, lugar que por su abundancia de recursos hídricos, flora y fauna, será uno de los elementos que atrajo a numerosas poblaciones para que fuera su morada.

Tiempo de ocupación del territorio: De 1325 al 1523 pero muchos poblados de lengua nahua persistieron incluso en la actualidad perviven grupos de hablantes nahuas herederos de la cultura mexica.

Formas de asentamiento: ciudad y poblados campesinos dispersos

Sistema de culto: Complejo numérico integrado fundamentalmente por dioses de la agricultura, del agua y los cerros, dioses de la fertilidad, del inframundo y de la guerra.

Sistema político-económico: sociedad clasista teocrático-militar.

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